Ponencia para primer debate al proyecto de ley 90 de 2009 senado - 17 de Septiembre de 2009 - Gaceta del Congreso - Legislación - VLEX 451468706

Ponencia para primer debate al proyecto de ley 90 de 2009 senado

PONENCIA PARA PRIMER DEBATE AL PROYECTO DE LEY 90 DE 2009 SENADO. por la cual se rinde homenaje a la memoria, vida y obra del intelectual, librepensador y escritor antioqueño Manuel Mejía Vallejo y se decretan disposiciones y efectos en su honor

PONENCIA PARA PRIMERA DEBATE AL PROYECTO DE LEY NUMERO 90 DE 2009 SENADO

por la cual se rinde homenaje a la memoria, vida y obra del intelectual, librepensador y escritor antioqueño Manuel Mejía Vallejo y se decretan disposiciones y efectos en su honor.

Honorables Senadores de la República y Representes a la Cámara:

Tengo la honrosa designación de presentar ponencia para primer debate al proyecto de ley, por la cual se rinde homenaje a la memoria, vida y obra del intelectual, librepensador y escritor antioqueño Manuel Mejía Vallejo y se decretan disposiciones y efectos en su honor.

Este proyecto, del cual soy autor, ya había surtido su trámite completo después de haberse radicado el 12 de diciembre de 2007, con aprobación en la Comisión Segunda de Relaciones Internacionales, Comercio Exterior, Defensa Nacional y Honores Patrios el 30 de abril de 2008 y aprobación en la Plenaria del Senado en junio 18 de 2009, desafortunadamente cumpliéndose el máximo de dos años para hacer tránsito a la Cámara de Representantes, lo que nos obliga a presentarlo de nuevo y reiniciar su trámite, sabida cuenta que los Senadores y Representantes tienen pleno conocimiento de su contenido y cumplimiento de los mandatos constitucionales y fiscales, al haberlo aprobado en comisión y plenaria.

Sea este un especial momento en la historia de la Nación para que el Estado colombiano a través del Congreso de la República engrandezca aún más la cultura de nuestro país exaltando la memoria del Maestro Manuel Mejía Vallejo, quien dedicó su vida al cultivo de los valores artísticos y literarios, logrando merecidos reconocimientos nacionales e internacionales como uno de los escritores y librepensadores colombianos más importantes de todos los tiempos, y de manera especial de mediados y finales del siglo XX.

El Proyecto de Ley de Honores puesto a consideración del Congreso de la República a través de la Comisión Segunda de Relaciones Internacionales, Comercio Exterior, Defensa y Seguridad Nacional y Honores Patrios, tiene como objeto en el contenido de sus 11 artículos, rendir justo homenaje a la memoria, vida y obra del intelectual, librepensador, periodista y escritor antioqueño Manuel Mejía Vallejo, teniendo como punto de partida el mes de julio del 2010 al cumplirse doce (12) años de su fallecimiento, conmemoración que tendrá lugar de manera sostenible cada año durante el mes de julio, decretándose algunas disposiciones especiales para tal efecto.

Simultáneamente a la conmemoración de los doce años de su muerte, rendimos de igual manera especial homenaje a los 52 años de la Novela Al Pie de la Ciudad (1958); 47 años (1963) del Premio Nadal de la Novela El Día Señalado; 37 años (1973) del otorgamiento del Premio de Novela Vivencias Aire de Tango; 32 años de iniciación de los Talleres Literarios de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín; 22 años de la Novela Casa De Las Dos Palmas ganadora del Premio Rómulo Gallegos.

Esta iniciativa legislativa está acorde con las atribuciones entregadas al Congreso de la República para decretar las leyes, artículo 150 numeral 15 de la Constitución Nacional: Decretar honores a los ciudadanos que hayan prestado servicios a la patria.

1. MANUEL MEJIA VALLEJO, VIDA Y OBRA.

¿Uno se muere cuando lo olvidan¿

¿Un hombre es él, más lo que sueña¿

1923-1998

Manuel Mejía Vallejo nació en Jericó (Antioquia) el 23 de abril de 1923 y falleció a la edad de 75 años, el 23 de julio de 1998 en El Retiro (Antioquia). Con su esposa Dora Luz Echeverría, hija de la pintora y bailarina de tango Dora Ramírez, tuvo cuatro hijos: Pablo Mateo (arquitecto), María José (directora de la Fundación Manuel Mejía Vallejo, escritora y artista del dibujo), Adelaida (comunicadora social y bailarina internacional de tango) y Valeria (profesional de artes y coordinadora de diversos proyectos de la Fundación).

La pasión por la literatura y la necesidad de expresar su mundo a través de las letras, llevaron a que Manuel Mejía Vallejo se dedicara desde muy temprana edad a la profesión de escritor. Lo demuestra así con su primera novela, ¿La Tierra Éramos Nosotros¿ que data de 1945 cuando tan solo tenía 22 años.

La calidad de sus libros le merecieron varios galardones, entre los que se destacan el Premio Nadal (Barcelona, España) que lo recibió en 1963 por su novela ¿El Día Señalado¿; el Premio Nacional de Novela Vivencias, que le fue otorgado en 1973 por ¿Aire de Tango¿, y el Premio Rómulo Gallegos de 1989 por la ¿Casa de las Dos Palmas¿, novela que después fue llevada a la televisión colombiana con un gran éxito de teleaudiencia.

Cuenta con una prolífica obra, 26 libros entre novela, cuento, poesía, relatos y prosa, que lo ubican como uno de los escritores más importantes en Iberoamérica.

Varios textos del literato como ¿Al pie de la ciudad¿ (novela), ¿El Día Señalado (novela), ¿Tiempo de Sequía¿ (cuento), ¿El Milagro¿ (cuento), ¿La Guitarra¿ (cuento) y ¿El Sillón del Forastero¿ (cuento) han sido traducidos a idiomas como el ruso, alemán, danés, holandés, italiano, sueco y portugués.

El legado de Manuel Mejía Vallejo incluye también los trabajos periodísticos que el escritor publicó en diferentes medios de comunicación y los conocimientos que impartió a sus alumnos en los Talleres Literarios que dictó en la Biblioteca Pública Piloto, que fue como su segundo hogar y desde donde fue pionero de los talleres literarios en Colombia y América Latina, con reconocidos alumnos tales como Juan Diego Mejía, Jorge Franco, entre otros.

Manuel Mejía Vallejo está vivo, y nadie mejor que él para describirse a sí mismo en su escrito ¿Razón de Ser¿: Tal vez escribo por un lejano instinto de conservación, por vanidoso temor de esfumarme completamente, de que seres y cosas que atestiguaron mi camino de hombre lleguen a morir en mi propia muerte: la obra sería un rastro que dejo, retazos de historia que viví y que me obligaron a soportar; un deseo ingenuo de cambiarla.

En nosotros los latinoamericanos escribir es casi un deber cívico y político en el mejor sentido de estas palabras, cuidando que la protesta supere el libelo y sea literatura con seres humanos al fondo, con situaciones y diálogos y atmósferas capaces de tocar la especie y enaltecerla, así sea para el hundimiento.

Habría, también, un instinto de comunicación. Tal vez el mundo y la vida se van narrando solos y nosotros somos sus oyentes, pero es bueno contar eso que pasa en nuestra inmediatez, sería imposible dejar de contar el gran accidente de la vida. Y como ahora los más aterradores sucesos humanos se convierten en frías cifras de computador, el escritor va contra esas cifras si ellas enjaulan o minimizan al hombre.

También escribo por un instinto de solidaridad, por intentar ser la voz de quienes no la tienen, por defender una concepción del mundo más generosa, donde muchos seres y objetos queden nombrados sin tono lastimero, con la presencia del ser que nació para ser libre y digno en su responsabilidad.

O por un instinto de la defensa, cercano al de conservación: cuando hay víctimas achacables a sistemas y tradiciones, a la orgía del poder y de la indiferencia, es necesario tomar partido sin demagogia y con derecho a la rabia, a la compasión, al amor, a la ternura.

Puede intervenir, igualmente, un instinto de la curiosidad, si equivale a investigación creadora: saber qué hay detrás de las fachadas, de tantas máscaras como se inventa el hombre para su engaño, o si máscaras y fachadas conforman su razón de ser. Entonces es labor de escritor desentrañar ese misterio, aprender a distinguir una época del escándalo de esa época, y evitar tantas verdades estrepitosas. ¿Para vivir hay que escuchar el eco de las cosas¿ dicen los indios tukano; o según como se mire el fenómeno; también los indios nuestros decían sobre el trueno, humanizándolo: ¿Verdaderamente me duele sentir cómo lo arrastran por el cielo¿. Saber, además, si las palabras alumbran el camino, e inventar un lenguaje en que todos los hombres puedan entenderse.

¿No intervendrá, por otra parte, un instinto de lo mágico, cuando el homo ludens sobrepasa al homo sapiens? De niño, de adolescente, y oyendo a los narradores campesinos, me llamaba la atención cómo las palabras podían formar hechos: es decidor que en varias mitologías el dios de la magia sea el mismo dios del lenguaje. Todas las artes nacieron del juego mágico y la literatura en un principio fue oración e invocación para la nueva sentencia: el hombre es el único animal que sabe que va a morir y tiene conciencia de la injusticia de la muerte; el único animal con la palabra, y la risa y el remordimiento.

Un cierto tipo de juego nos planteamos si deseamos descubrir, ¿Para ver la realidad se necesita mucha imaginación¿ dice Juan Rulfo: la realidad no es lo que se muestra, la realidad es lo que vive debajo del hecho que estamos mirando, pues las cosas tienden a esconderse, como las personas.

Ojalá estas afirmaciones no suenen a simple retórica, a lo mejor todavía ignoro por qué escribo. A veces me anima un regodeo estético, el hallar la poesía en su altura y un idioma justo para mis intenciones, mis ideas o falta de ideas, mi pasión, mi situación en el mundo de antes, de ahora, y en el que amenaza con derrumbarnos.

O simplemente escribo porque entiendo mejor los fenómenos al irlos describiendo; por entusiasmo ante la vida en rito de celebración, como si fuera una fiesta donde nos extasiamos y nos desesperamos con todos los sentidos, y algunos más que van inventando los días a quien sabe mirar el viento y el árbol y el agua, el amor y la muerte y la estrella cercana. Pero más allá de esta inútil pregunta, creo que escribo por un acto de soledad. Ziruma, El Retiro, Antioquia, 1986.

Manuel Mejía Vallejo...

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